Vistas y comentadas con el criterio y análisis concienzudo e irónico de nuestro amigo y colaborador, Migue Ángel Almodóvar, donde nos cuenta, en dos artículos, tres largometrajes, español, francés y estadounidense, de actualidad con dos troncos comunes, la actual superficialudad de cierta cocina moderna y la pretendida e hilarante astracanada ante lo real y el sentido común.
Disfruten.
El Trotamanteles
«Este año que agonizó se estrenaron dos cintas que merecen reseñarse en el cada vez más abultado apartado del cine gastronómico:
‘LA VIDA PADRE’ Y ‘LA CENA PERFETTA’
Ambas, aunque de muy distinta factura, tienen en común el ser una especie de sentimentales ‘petit fours’, fulgentes joyitas reposteras de la cocina francesa, porque en los dos casos narran historias de amor con final feliz y estremecimiento ante el arte coquinario, aunque en momento alguno se decanten por las opciones que basculan entre lo tradicional y lo tecno-emocional.
Probablemente porque resulta siempre muy difícil decidir si se quiere más a papá o a mamá.
‘La Vida Padre’, española, está dirigida por Joaquín Mazón e interpretada en su primerísimo papel por Karra Elejalde, ese actor en cuyo haber figura el inmenso cariño que sin duda le tiene la cámara y que en su debe arrastra casi siempre el pelillo de la dehesa de los no sé cuantos apellidos vascos. Narra la peripecia de Mikel, un joven y ambicioso chef que aspira al máximo estrellado Michelin, y su inesperado reencuentro con su padre que supuestamente murió, treinta años antes y ante sus ojos, engullido por las aguas de la Ría que iban a ver los ingleses cuando visitaban Bilbao (la del Nervión).
A partir de ahí se irán produciendo entre ambos distintas colisiones tectónicas derivadas de sus distintas formas de entender la vida y la cocina. Luego, la cosa cae en los sempiternos vicios y tachas del grueso del cine español, entre los que destacan la casi constante falta de credibilidad en desarrollo y caracterización de personajes (de los que afortunadamente se salva de manera más que sobresaliente una nueva generación de directores y actores, entre los que en estos días es muestra y botón la justamente aclamada ‘As vestas’, con guión de Isabel Peña, dirección de Rodrigo Sorogoyen y cuadro de actores de máxima excelencia y verosimilitud), y la irreprimible tendencia al subgénero cómico-teatral conocido como astracán, cuyas bases cimentaron los dramaturgos Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández. Con todo, se deja ver muy a gusto y allega la garantía de un buen rato ante la pantalla.
‘La cena perfetta’ es otra cosa mariposa. Película pequeña, como muy bien la define mi asesor cinematográfico de cabecera, el gran director y sin en cambio entrañable amigo, José Luis de Damas, en cuanto a sus escasos recursos económicos de producción, que no le permiten una distribución internacional ni la contratación de actores de relumbrón, pero, otrosí, pequeña en la concepción tomada por las hojas del rábano de François Truffaut, en cuanto a que se trata de un sueño de casi dos horas de duración que se ha escrito con luz y que puede y debe gustar a cualquiera, sean cuales sean sus preferencias fílmicas.
Sigue diciendo José Luis (cuyo nombre irremediablemente me evoca a la Guardia Civil en las cuevas del Drach buscando al verdugo amateur y virginal Nino Manfredi), que los ingredientes fundamentales de la peli son:
“… la Camorra, mafia napolitana, las estrellas Michelin, el amor y la memoria en la que se cruzan las vidas de un criminal de buen corazón y una cocinera ambiciosa, que deciden unirse para hacer realidad sus sueños y revitalizar sus respectivas vidas”.
Tras subrayar y rubricar lo antedicho, vengo en añadir, y añado, que el argumento está asesorado por Cristina Bowerman, quien antes de conseguir la estrella Michelin en su restaurante romano ‘Glass Hostaria’, se instruyó académicamente en lenguas extranjeras y se licenció en Derecho, trabajó como diseñadora gráfica en Austin, Texas, USA, y se formó coquinariamente en el ‘Le Cordon Bleu’.
Lo que aquí tenemos reivindica la agrafía como consecuencia de una supuesta llamada del Altísimo para que en su momento escalaran el Monte Sinaí al afecto de recepcionar un texto grabado en piedra con las recetas de la tecno-emoción suprema. Y claro, decidieron no acabar el bachillerato, porque la verdad revelada mola mucho más mazo; o sea que, quieras que no, pues oyes.
Pelis ambas, que dicho lo dicho con el fastidio universal cadalsiano que me subsume, merece la pena ver y disfrutar.
Porque cine, cine, cine, más cine por favor, que nos cantaba aquel canalla de Luis Eduardo Aute que se nos fue ya hace más de dos años.
«EL ASTRACÁN DE LA FARSA
El pasado año cerró su oferta de cine gastronómico con la película estadounidense ‘El menú’, que, junto a la italiana ‘La cena perfetta’ y la española ‘La vida padre’, de las que ya dimos cuenta en una reseña anterior, completa una interesante trilogía que toma como eje vertebrador de sus historias el desafío entre la cocina contemporánea, molecular y fusionista, y la tradicional con acervo y señas de identidad
Muy lejos de las amables anteriores referidas, ‘El menú’, dirigida por el británico Mark Mylod, estrechamente ligado en su carrera a series televisivas de suspense, se estructura como una mezcla de duro ‘thriller’ criminal y cinta de terror.
El ágape se celebra en una isla donde reside el chef estadounidense Slowik, interpretado por un siempre inquietante, Ralph Fiennes, a quien acompaña en cocina un tan numeroso como impecable y robotizado equipo de asistentes, mientras que en sala gobierna una asiática con mano de hierro y guante de seda, Elsa, a la que da vida la actriz estadounidense de origen vietnamita, Hong Chau.
El abigarrado conjunto coquinario se marca como objetivo sorprender al máximo y brindar algo absolutamente distinto y rompedor a un grupo de comensales, a los que irán haciendo llegar experiencias radicalmente insólitas, enmarcadas dentro de un supuesto y refinadísimo arte al que solo pueden acceder las élites económicas y conocedoras de los códigos que estructura el espectáculo, adinerados ‘foodies’ aplicados en lo tecnoemocional, poderosos ‘influencers’ gourmets y ‘gastromonguers’ de altos vuelos.
Una parroquia en la que solo desentona la inopinada presencia de Margot, una señorita de compañía o prostituta de lujo que interpreta, Anya Taylor-Joy, a quien uno de los ejecutivos alistados ha invitado para tapar el hueco de la pareja inicialmente inscrita, que le ha fallado a última hora. Ese verso suelto trastocará los planes del rutilante chef y le pondrá en una situación incómoda a la hora de ejecutar un plan preparado hasta el más ínfimo detalle.
Para empezar, Margot se niega a probar el entrante, “Pepino melón comprimido y encurtido con nieve de leche y encaje carbonizado”, y persiste en su actitud cuando llega el primer pase, una artística maqueta paisajística llamada “Isla”, compuesta de una vieira cruda a saborear en su última contracción muscular, y a su vez rodeada de plantas de la isla sobre rocas de la orilla, abiertas con agua de mar filtrada y apenas congelada, que armonizaran el plato al derretirse. Mientras que una peripuesta crítica gastronómica, suponemos que de uno de los grandes y muy influyentes diarios estadounidenses, le apunta a su pareja que el plato evoca sensaciones taláticas, parafraseando en cursi y tontiloco el grito “¡Thalatta, thalatta!”/ “El mar, el mar!” de los soldados griegos de la Expedición de los Diez Mil, en la obra de Jenofonte, Margot tiene la osadía de decirle al chef que aquello no es comida, sino mero espectáculo.
El disenso precipitará una cascada de insólitos acontecimientos, que en buena medida, se trufan con elementos del género teatral conocido como astracán, que tan brillantemente cultivaron nuestros dramaturgos Pedro Muñoz Seca y Pedro Pérez Fernández, con un chorro de situaciones disparatadas, abundantes retruécanos, como el pan sin pan, el uso de lo diacrónico y a la vez sincrónico, el absurdo teorético, y, en suma, toda la parafernalia que rodea a la gran farsa en la que se ha convertido la cocina contemporánea.
Por último, la actitud de Margot, menospreciando los arcanos del menú y retando al chef a preparar una hamburguesa como mandan los cánones, precipitará un final trepidante y pasmoso del que solo se salva el sentido común.
Película delirante y sañuda que merece y mucho la pena visionar en estos días en los que, siguiendo la estela de El Bulli y otros, echa el cierre Noma, el, en tantas ediciones, ex aequo mejor restaurante del mundo, porque, o se vuelve a reunir el Trio de las Azores o esto no hay quien lo pare».
por Miguel Ángel Almodóvar
Investigador, escritor y divulgador en ciencia nutricional y gastronomía en afuegolento.com