LOS COCINEROS ESPAÑOLES… ¿HOGUERA DE VANIDADES? PUEDE PERO ALGO A QUEMADO HUELE

por Celso Vázquez

Cuando los emperadores y generales romanos volvían vencedores cargados de riqueza y esclavos, aparecían sobre una cuadriga triunfal ante su pueblo enfebrecido y eran aclamados triunfal mente. Para que no se les subiese el éxito a la cabeza y no se creyeran superiores, casi divinos, un esclavo de confianza detrás de él en la plataformae mantenía una corona de laurel al tiempo que le decía constantemente, ‘ Memento Mori’, que se lo susurraba al oído «recuerda que eres mortal».

La costumbre servía para que los líderes no se creyeran dioses. En demasiadas ocasiones nos olvidamos de ese recordatorio: somos mortales. No es que nos creamos dioses, pero si mejores, otros los más vanidoso se creen únicos.

Pues todo viene a esto. El encumbramiento de la figura del chef coco ero como alma y protagonista de los restaurantes tiene, no pocas veces, esa maliciosa vanidad o seudoartistas orgullosos, estirados y ceñudos. Desde luego no lo son todos, como en todo, pero se nota una alarmante llegada de jóvenes cocineros que quieren ser chefs directamente de la Escuela de Cocina a al mejor restaurante. Vienen estirados, sobrados y casi todos, estos, quieren fotos y prensa mediática que los reconozca. Quieren ser genios como Ferran Adrián, y en la historia culinaria sólo hemos tenido uno.

Pero mejor les dejo una nota al respecto del gastrónomo especializado, Andrés Sánchez Magro, buen amigo y sabio comensal.

Leamos.

Rafael Rincón JM

«¿HAY QUE BAJAR LOS HUMOS A LOS COCINEROS?».

«Sí. Con esa afirmación ya tendría resuelta la columna, y además tampoco necesitaría mayores divagaciones porque además seguramente coincida con lo que muchos opinan.

No voy a ser más papista que el Papa, y no voy a negar el estupendo momento económico de nuestra hostelería, ni la sensacional gran campaña de imagen que supone todo lo relacionado con este universo de los cocineros. Tras la figura de Ferran Adrià y su dimensión internacional, la figura de quien elabora platos tiene un estatus inimaginable hace décadas. Su prestigioso hacer, su carácter mediático, su relevancia pública, no tienen parangón con otros personajes que ocupan redes sociales y la atención de políticos y zascandiles. A la misma velocidad que ha ido creciendo esta notoriedad, la hoguera de las vanidades se ha ido alimentando. De hecho, los cocineros y sus opiniones son más relevantes que muchos escritores o artistas.

Bueno, quizá en esta última mención radique parte del éxito y prestigio desde aquella Documenta de Kassel en la que el cocinero catalán tuvo cartel.

No son pocos los que llevan su nombre bordado en una chaquetilla, que se consideran compañeros de viaje de Miquel Barceló o Javier Marías. No tengo muy claro desde las secuelas de Duchamp y el actual arte performance, donde están los límites entre lo artístico, su codificación o la voladura de las instalaciones…

La dialéctica entre el artista y el artesano no está clara, y aunque hay gran creatividad en algunos fogoneros, no sé si tiene aquella la capacidad transformadora de la vida donde radica el arte.

Al fin y al cabo, en esta era tan líquida y de cotización mercantil, lo relevante es lo que se piensa y no lo que se lega. Esto es lo que de manera hedonista se disfruta, por encima de las interpretaciones académicas, que aquí por lo común son coros donde siempre hay aplausos ensordecedores.

Hemos llegado a un nivel de canonización de la figura del cocinero contemporáneo, donde solo faltaría precisamente eso, un santoral. En cuanto se atina con una idea o raíz, se pinta un original menú degustación, acertamos con el atuendo distintivo, y enhebramos un par de reflexiones que rozan con el concepto, tenemos la bendición urbi et orbi.

Y a ver quién es el guapo o mamarracho que se atreve a poner un pero o coma al genial cocinero que nos “regala” su experiencia, nuestra experiencia.

Una comunión laica donde las obleas son consagradas en las partidas  de cocineros tatuados a cuchillo, que bcomo cruzados de la causa defienden el menú ante los infieles.

Por eso, salvo que consideremos a los cocineros como los modernos adalides frente a las herejías, apetece mucho sentarse en una  mesa, liberarse de prejuicios y tiktoks y simplemente comer rico.

Porque tal vez no esté nada mal valorar a estupendos artesanos y guisanderos, y no ceñudos artistas de ego aéreo.

Alguien escribió algo así como que amaba a Borges y aborrecía a los borgianos.

Tal cual».

Andrés Sánchez Magro ‘El Gatogourmet’

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